A menudo me pregunto cuál ha sido mi experiencia más gratificante con los gorilas. La respuesta es difícil, porque cada hora pasada con ellos brinda su propia recompensa y satisfacción. Pero la primera vez que tuve la sensación de haber franqueado una barrera intangible entre el hombre y el mono fue con el grupo 8, unos diez meses después del inicio de mi investigación en Karisoke. Peanuts, el macho más joven del grupo, estaba comiendo a unos cinco metros, cuando de repente se giró y me miró fijamente. La expresión de sus ojos era insondable. Embelesada, le devolví la mirada —una mirada que parecía aunar elementos de examen y de aceptación—. Peanuts puso punto final a ese momento inolvidable con un profundo suspiro y continuó comiendo. Eufórica, regresé al campamento y envié un telegrama al Dr. Leakey: «Por fin he sido aceptada por un gorila.»
Dos años después de nuestro intercambio de miradas, Peanuts se convirtió en el primer gorila que me tocaba. El día había comenzado como de ordinario, si es que algún día de trabajo en Karisoke podía ser calificado de ordinario. Me sentía especialmente inclinada a hacer de ese día algo excepcional, porque a la mañana siguiente partía hacia Inglaterra por un período de siete meses para trabajar en mi doctorado. Bob Campbell y yo salimos a establecer contacto con el grupo 8 en las laderas occidentales del Visoke. Los descubrimos comiendo en un barranco poco profundo, cubierto de densa vegetación herbosa. A lo largo de la cuesta que conducía al barranco crecían enormes Hagenia, que siempre habían servido de excelentes miradores para escudriñar el terreno circundante. Bob y yo acabábamos de sentarnos en una cómoda Hagenia tapizada de musgo cuando Peanuts, con su expresión de «quiero que me entretengan», se alejó del grupo y se escurrió, fisgón, hasta nosotros. Bajé lentamente del árbol y simulé masticar vegetación para darle todas las seguridades de que mis intenciones eran de lo más pacíficas.
Los brillantes ojos de Peanuts me miraban por entre una celosía de vegetación, mientras emprendía un acercamiento contoneante y jactancioso. Pronto lo tuve sentado a mi lado, observando cómo «me alimentaba», como si ésa fuera mi forma de entretenerle. Cuando me dio la impresión de que se aburría con lo de comer, me rasqué la cabeza, y casi de inmediato él empezó a rascarse la suya. Como parecía totalmente tranquilo, me eché de espaldas en la vegetación, extendí poco a poco la mano, la palma hacia arriba, y la dejé sobre las hojas. Después de mirarla con detenimiento, Peanuts se levantó y extendió su mano para rozar mis dedos con los suyos por un instante. Conmovido por su propia osadía, dio rienda suelta a su excitación con un rápido redoble de pecho antes de reincorporarse al grupo. Desde ese día, el lugar pasó a ser conocido como Fasi Ya Mkoni, «El sitio de las manos». Ese contacto figura entre los más memorables de mi vida entre los gorilas.
“...Cuando te das cuenta del valor de la vida,uno se preocupa menos por discutir sobre el pasado,y se concentra más en la conservación para el futuro”...
ResponderEliminarÚltima frase que escribió Dian Fossey en su diario personal.
Gracias hermoso Ser,por compartir tanto Amor.
Recibe un inmenso y fraternal abrazo ♥